El crujido del viento en la piedra

El sol caía en la cañada encauce del arroyo reflejando las flores de las tipas en las aguas espejo que atravesaban la ciudad. Era una primavera de octubre en barrio Güemes donde el paisaje de un barrio vecino rodeado de concreto y altura se convertía en casas bajas, museos, paseo de artes, salas de teatro y espacios culturales. 

Nuna miraba las calles del barrio artístico mientras el sonido de tambores que avivaba la llama interna de un fuego casi extinto alcanzaba apenas sus oídos. Casi vislumbraba el Sagrado desde la esquina del paseo artesanal. Un cartel viejo apenas visible en la parte superior indicaba la presencia de un centro cultural en un galpón de paredes altas y techo de chapa. Cruzaba la calle con temor hecho conciencia por el temblor de las manos, la garganta seca y el palpitar del corazón.

Entró mirando las tarimas del fondo, las pinturas colgadas a lo alto, globos y banderines de colores, tubos fluorescentes que alumbraban un escenario viejo y sus pupilas con poca tolerancia. El dueño del lugar y un joven esperaban la llegada del resto de los compañeros de la ronda que comenzaban a llegar desparramando besos, abrazos, chistes, carcajadas y palabras amorosas que retumbaban fuerte en un espacio amplio y sonoro. Nuna observaba la escena distante al tiempo que cada integrante del grupo retiraba un instrumento de un bolso y se ubicaba en un círculo que formaban uno a uno en el centro.

El Siku tenía dos partes y necesitaba al menos de dos personas para interpretar una melodía. Una serie de tubos, cerrados en uno de sus extremos por el nudo de caña de bambú de las yungas y valles de los Andes centrales, una caña al lado de otra afinadas con el sonido del viento y de los ríos comenzaban a entrelazarse en melodías armónicas. Siku Ira y Siku Arka formaban una totalidad complementaria en diálogo musical. La tropa, junta de varias parejas de Iras y Arkas se fusionaban para existir en soplidos sincronizados en una ronda circular. 

La intensidad y velocidad de las melodías y el percutir de las huancaras que acompañaban, aumentaban con la repetición de cada frase musical y un espiral de movimiento comenzaba a gestarse desde el centro de cada sí mismo hacia la totalidad de la ronda. 

Nuna, que observaba desde afuera, fue testigo de la imagen que se presentaba ante sus ojos cuando el asombro se apoderó del ser al ver cómo después de un tiempo de soplidos intensos el círculo se volvía piedra. Una piedra cónica solitaria a metros de altura en una loma en la inmensidad de una montaña. El galpón ya no era tal y el canto dulce y suave, también firme, intenso y fuerte de las cañas, brotaba ahora de una grieta profunda en la piedra. El dios del viento soplando a través de ellos, aparecía perceptible en las sensaciones atravesando su cuerpo entero, desde los pies, hasta la coronilla, para elevarse al cosmos en energía vibrante.     

Nuna sintió elevar su espíritu de forma paradójica, mientras pisaba la tierra y miraba el cielo en un paisaje círculo piedra y montaña que la envolvía en la energía de una ronda mística y mágica. Y volvió a su hogar. El arte que residía en sus entrañas.

¡Renacemos juntos bajo el sol del verano!

Deja que la luz del solsticio de verano ilumine tu ser y renueve tus energías. Es el momento perfecto para iniciar una nueva etapa con claridad, luz, abundancia y propósito.

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